Me recibí de Licenciado en Psicología en 1992 (a mis 30). Durante un año y poco trabajé con adicciones y con ancianidad, pero seguía buscando mi rumbo. En Julio de 1994 conocí un niño con cáncer. En ese momento ni siquiera sabía que un niño podía tener cáncer. Acompañé a este niño hasta su muerte, en diciembre de ese mismo año. Fue una experiencia transformadora en todos los sentidos y en todos los niveles. Entre muchas otras cosas implicó para mí el descubrimiento de una vocación, una primer faceta de mi daimón: acompañar a morir, trabajar por una muerte conciente. Llevé a cabo esta tarea en forma casi excluyente durante 4 años. Cada nuevo acompañamiento me confirmaba lo necesario de este trabajo para que la persona pudiese morir más conciente, más integra, más “liviana”, sin tantas situaciones pendientes o irresueltas. Y para que en su familia no quedase una herida irremontable.

Pero este trabajo también me mostró otra faceta de la muerte: la posibilidad de morir en vida a la identidad defensa que todos construimos ante los dolores que vivimos en nuestra infancia. Esa identidad coraza -identidad psicológica- nos separa de la verdadera vida, la vida vibrante y plena, la vida que en realidad todos llevamos adentro.

En 1998 comencé a atender a un adolescente con cáncer que agregó una nueva dirección a mi trabajo. Trabajé con él durante dos años. Él fue quien abrió otro ciclo de 4 años en el que las personas que atendía no estaban en una situación terminal sino promediando su enfermedad o incluso, algunas, a poco de haber recibido el diagnóstico (mientras tanto seguía acompañando a morir y trabajaba también con personas sin enfermedad). Fueron 4 años de gran aprendizaje acerca del proceso que sigue el cáncer, sus diferentes manifestaciones, todo aquello que se produce en la persona y en su entorno; aprendizaje acerca de lo que hay que transformar para intentar superarlo. En el 90% de las personas que había acompañado a morir, la causa fue el cáncer, con lo cual pude ser testigo de todas las etapas -o casi todas- desde el diagnóstico hasta la muerte. Y digo casi todas porque todavía no había acompañado los momentos previos a la aparición de la enfermedad, el caldo de cultivo.

Luego de 4 años –corría ya el año 2002- a mi trabajo volvió a agregársele una capa y además de acompañar a morir y de trabajar con personas con (y sin) cáncer, comencé a atender personas transitando su mayor dolor, podría decir “un dolor de muerte¨. Podía ser el fallecimiento de un ser querido, el fin de una pareja o la pérdida de un trabajo.

El punto en común era que aquello que se había depositado en ese “objeto” ahora perdido, era de tal magnitud, que hacía que el dolor y la angustia fuesen tales que no podían ser procesados. Al menos no fácilmente. Como si la propia identidad dependiera de ese “objeto” externo y al perderlo, TODO perdía sentido. Durante esta etapa muchas veces me encontraba pensando en aquello que muchos investigadores señalaban en ese momento: que entre 3 y 5 años antes de la aparición de un cáncer la persona vive una pérdida traumática que no puede tramitar, una pérdida de la que no puede hacer el correspondiente duelo.

Pasados estos 12 años (1994/2006), aquellos que considero como mi formación en las temáticas del morir, del cáncer, y sobre todo en la conceptualización de la identidad psicológica o identidad defensa, le siguieron otros 12 en los que profundicé en mi tarea. Fueron años en los que continué buscando y ajustando tanto el modelo conceptual desde el cual abarcar este trabajo, como el circuito o proceso curativo para que las personas puedan acceder a su máximo potencial y a un estado de felicidad plena.

En 2017 encontré 2 técnicas que agregaron mucho valor a mi vida y a mi trabajo: meditación Vipassana y respiración Bioflow.    La primera es una técnica de meditación muy especial y muy afín a mi búsqueda. La segunda, la herramienta curativa que siempre estuve buscando. Siempre tuve mucha afinidad para escuchar… para “pescar” la situación traumática en el discurso de mis pacientes. Pero también siempre experimentaba una suerte de frustración cuando mostraba a mis pacientes la situación traumática solo a través de la palabra: se obtenía un efecto muy pobre comparado con lo que sabía que podría acontecer si esa situación pudiera “descargarse”, sacarse del cuerpo. Y la respiración Bioflow es exactamente eso: la posibilidad de sacar del cuerpo el estrés crónico o fisiológico (el residuo del trauma en el cuerpo). Y sacar el estrés crónico del cuerpo es lo que todo lo cambia. Desde mi experiencia puedo decir que todos, absolutamente todos, llevamos esa carga en el cuerpo, la mayor parte de las veces sin darnos cuenta: está naturalizado. Y está naturalizado por 2 motivos: 1. Como esto ocurre en la infancia, antes de que es córtex prefrontal entre en funciones, nos conocemos a nosotros mismos con esa carga (sí tenemos experiencia, en nuestro cuerpo, de lo que es vivir libres de esta carga; desde mi punto de vista es esto lo que nos pasamos buscando a lo largo de nuestra vida pero generalmente en lugares o situaciones donde no vamos a encontrar la profunda liberación que es soltar esta carga. 2. Llevar esta carga es compartido por todos, en la forma de una gran epidemia.

Estos 7 años, 2017-2024, fueron entonces la maravillosa aventura de sacar el estrés crónico de mi cuerpo… de mi vida!. ¿En forma total y completa? No puedo afirmar eso, y tampoco se si es posible. ¿Pero qué importa? Si puedo quitar un buen porcentaje del estrés crónico de mi vida, esto tiene el efecto de un milagro, mucho más si uno ha llevado una gran carga del mismo (hay diferentes medidas, y esto depende de la propia historia). Obviamente fueron 7 años de sumergirme en la dimensión emocional, y mientras lo hacía en mi propia vida, lo hacía también en la de mis pacientes.

Hace más o menos un año (julio 2024) comencé a sentir el fin de una etapa. Pensé que lo que se terminaba eran estos últimos siete años de inmersión en lo emocional. Pero transcurrieron meses de un cambio gradual y profundo a la vez, y me mostraron que se trataba de algo más grande y más importante.

Descubrí que estoy cambiando mi forma de ser terapeuta (la que tuve durante 30 años), que cambiaron también las temáticas a las que me quiero dedicar, además ahora puedo ver en perspectiva y me doy cuenta qué es lo que estuve haciendo todo este tiempo; me di cuenta que hay cosas que ya no quiero hacer (no más energía en las sesiones individuales y sí en lo grupal), y sobre todo me di cuenta que quiero ir por una parte importante de mi visión y de mi propósito.

Este es crear empresas concientes, que permitan que las herramientas de curación más poderosas que existen puedan llegar también a quienes no pueden pagar por ellas y las necesitan muchísimo. En nuestro caso, elegimos empezar por los niños y los jóvenes que viven o vivieron en la pobreza en nuestro querido país, Argentina.